domingo, 19 de junio de 2016

Violencia de género, un problema social

Por Carolina Olmos Sáez.

Desde mucho antes de la conformación de las sociedades occidentales, la mujer ha sido segregada en relación a sus supuestas habilidades cognitivas y físicas, reduciendo su rol a la esfera privada: el hogar y la crianza. Si bien la actualidad ha sido marcada por la progresiva liberación de la mujer, aún existen patrones que definen y marcan su comportamiento, lo que se ve fomentado por los medios de comunicación.
La liberación de la mujer, que comienza con el sufragio universal, ha significado un gran aporte a la igualdad de derechos y acceso al mundo del trabajo; sin embargo, la desigualdad entre géneros aun ha persistido en los niveles más profundos de la cultura, y consiste en un aprendizaje que comienza en la misma infancia. Un ejemplo típico se relaciona con la asociación de ciertos colores a los niños y a las niñas, así como a los tipos de juegos: mientras los niños se divierten con entretenimiento relacionados con la lucha y la fuerza, siendo mal visto el demostrar sus sentimientos, las mujeres aprenden a jugar con representaciones de los deberes de dueña de casa, a nivel infantil.
Si bien se puede argumentar que este tipo de enseñanza no afecta el acceso a la mujer a la educación y al trabajo, arrastra consecuencias lamentables, en tanto al dar estereotipos a los roles de ambos géneros, se les enseña implícitamente a los hombres a adquirir expectativas profesionales de liderazgo, mientras que las mujeres tienden a dedicarse a profesiones más relacionadas con el servicio. Esto no tiene que tener una connotación negativa, en tanto existe la libertad de los sujetos de escoger la profesión a la que deciden dedicarse; sin embargo, impacta en el sueldo promedio de ambos sexos, siendo el de la mujer, considerablemente menor, a pesar de muchas veces tener las mismas responsabilidades que los hombres.
A pesar de la tendencia de los últimos años a la reducción de la brecha salarial en el mundo, se ha demostrado que siguen existiendo diferencias sustanciales. La mujer no solo se ve perjudicada por su aprendizaje social en relación a su género, sino que ve limitado su desarrollo profesional puesto que es visto como desventaja el tener hijos y la dedicación a la maternidad (además de solo vincular estos aspectos a la mujer, a pesar que el hombre cada vez más participa de estas esferas).
En el caso de Chile, la diferencia de salario es tal que dependiendo del puesto de trabajo, la brecha puede ser superior al 20%. Según un estudio realizado en el año 2015 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), las mujeres tienen un sueldo promedio de 354 mil pesos, mientras que los hombres ganan 531 mil pesos promedio. Parte de esta desigualdad de salario se debe a los estereotipos establecidos por la sociedad, pues desde pequeñas a las niñas se les fomentan las habilidades blandas y a los niños las duras.
Paula Poblete, directora de ComunidadMujer señala que al egresar de enseñanza media, solo un 15% de las mujeres que deciden continuar educándose eligen carreras con tecnología, como lo son ingenierías, electrónica, informática, construcción y similares, que son las más valoradas, mejor pagadas y, a diferencia de ellas, un 52% de los hombres sigue ese camino. Sin hacer un juicio sobre la importancia de un área sobre la otra, llama la atención que históricamente las mujeres decidan dedicarse a ciertas profesiones y los hombres a otra (Paula Poblete, 2015).
Las diferencias de salario entre géneros no es un problema solo económico, sino cultural y social, pues como plantea María Elena Valenzuela, “los estudios muestran que el costo salarial no es mayor a la hora de contratar a una mujer que a un hombre, sin embargo, está ese prejuicio. El problema además es que hay una mayor concentración de mujeres en ocupaciones universitarias que tienen menores salarios, pero eso tiene una raíz cultural porque son ocupaciones que reproducen roles reproductivos como enseñar, que son menos valoradas. No es un tema que sean menos productivas, sino que menos apreciadas” (María Elena Valenzuela, 2015).
Hay que entender además que estas diferencias no surgen naturalmente, sino que son construidas. El género se podría explicar cómo una construcción social y cultural sobre los sexos. Lo social apunta a las relaciones sociales de género, a la división del trabajo y actividades; y lo cultural se refiere a las representaciones de lo femenino o masculino, estereotipos, idealizaciones, entre otros.
Pierre Bourdieu utiliza el concepto de “violencia simbólica” y la define como “aquella violencia invisible para las víctimas, que es ejercida en nombre de un principio simbólico conocido y que es admitido tanto por el dominador como por el dominado” (Bordieu, 2006). En ese sentido, el tema de la diferencia entre géneros no se relaciona con un dominio explícito del hombre sobre la mujer, sino que al ser parte de la realidad cultural en la que uno aprende y se desarrolla, refiere a formas de pensar y actuar que ambos, mujeres y hombres, van reproduciendo en su entorno y en la crianza de sus hijos. Es por ello que al ser parte de la cultura, la dominación se vive como una violencia simbólica que afecta a todos, y por lo que las diferencias salariales entre hombre y mujer se vuelven aún más graves, en tanto muchos sectores de la sociedad lo han naturalizado al punto de no criticarlo, o aún peor, no verlo.
Como plantea Bordieu:
“la mejor demostración de las incertidumbres del estatuto que se concede a las mujeres en el mercado del trabajo es, sin duda, el hecho de que siempre están peor pagadas que los hombres, en igualdad de circunstancias, y que consiguen unos puestos menos elevados con títulos idénticos, y, sobre todo, que están más afectadas, proporcionalmente, por el paro y la precariedad del empleo, además de frecuentemente relegadas a unos empleos a tiempo parcial, lo que tiene el efecto, entre otras cosas, de excluirlas casi infaliblemente de los juegos de poder y de las perspectivas de ascenso” (Bourdieu, La dominación masculina., 2000).
Así, buscar la igualdad salarial entre hombres y mujeres implica necesariamente, impulsar transformaciones del orden de lo económico, lo laboral, lo social y lo cultural. Y en esa línea, es una responsabilidad compartida por todos los actores de la sociedad, en tanto hombres como mujeres son partícipes de vivir la desigualdad, y reproducirla. Como se indica:
“Solo la acción decidida de los gobiernos y de las sociedades puede revertir la desigualdad social y la desigualdad de género, ambos fenómenos estructurales y persistentes en la región. Dejada a su libre albedrío, tales inequidades tienden más a perpetuarse en el tiempo que a disolverse” (Mujer S. C., 1998).
En esa línea, las políticas públicas deberían incorporar medidas de acción para remediar dichos desbalances e impulsar estrategias de intervención con el objetivo de que las empresas corrijan los orígenes de la discriminación, que son un atentado contra los derechos humanos de las mujeres. A pesar de esto, los cambios en la cultura y las relaciones de dominación han avanzado muy poco, persistiendo las desigualdades entre hombres y mujeres no solo en el ámbito del trabajo, sino que también en ámbitos de la vida nacional.
Es muy importante reconocer que la independencia económica de las mujeres es un aspecto fundamental en el combate de la discriminación y la desigualdad de sexo en el trabajo, pero a pesar de esto, la mujer sigue estando estratificada en su rol de “buena dueña de casa, buena esposa, buena madre, etcétera”, siendo sometidas a una “doble jornada”, en la que una es remunerada y la otra no,  pues no solo cargan con discriminaciones en el ámbito del mercado del trabajo, sino que además son las que suelen hacerse cargo de las tareas domésticas, el cuidado y la crianza de los niños, en mucho mayor medida que los hombres.
Aún quedan muchos desafíos en materia legislativa para avanzar hacia una verdadera equidad de género, por tanto es necesario desarrollar políticas públicas para concientizar a la población y lograr un verdadero cambio cultural. Solo así estaremos encaminados a transformar nuestra sociedad en una justa.


Referencias

Bordieu, P. (2006). IGUALDAD Y EQUIDAD DE GÉNERO: aproximación teórico conceptual.
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: anagrama.
ComunidadMujer. (2 de marzo de 2015). Brecha Salarial. pág. 1.
María Elena Valenzuela, e. e. (2 de marzo de 2015). Brecha salarial.
C.C.O.O Mujer, S. C. (abril de 1998). Memorandum sobre igual retribución para un trabajo de igual valor. Madrid, España.
Paula Poblete, d. d. (2 de marzo de 2015). Brecha salarial.

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