Por Carolina Olmos Sáez.
Desde
mucho antes de la conformación de las sociedades occidentales, la mujer ha sido
segregada en relación a sus supuestas habilidades cognitivas y físicas,
reduciendo su rol a la esfera privada: el hogar y la crianza. Si bien la
actualidad ha sido marcada por la progresiva liberación de la mujer, aún
existen patrones que definen y marcan su comportamiento, lo que se ve fomentado
por los medios de comunicación.
La
liberación de la mujer, que comienza con el sufragio universal, ha significado
un gran aporte a la igualdad de derechos y acceso al mundo del trabajo; sin
embargo, la desigualdad entre géneros aun ha persistido en los niveles más
profundos de la cultura, y consiste en un aprendizaje que comienza en la misma
infancia. Un ejemplo típico se relaciona con la asociación de ciertos colores a
los niños y a las niñas, así como a los tipos de juegos: mientras los niños se
divierten con entretenimiento relacionados con la lucha y la fuerza, siendo mal
visto el demostrar sus sentimientos, las mujeres aprenden a jugar con
representaciones de los deberes de dueña de casa, a nivel infantil.
Si
bien se puede argumentar que este tipo de enseñanza no afecta el acceso a la
mujer a la educación y al trabajo, arrastra consecuencias lamentables, en tanto
al dar estereotipos a los roles de ambos géneros, se les enseña implícitamente
a los hombres a adquirir expectativas profesionales de liderazgo, mientras que
las mujeres tienden a dedicarse a profesiones más relacionadas con el servicio.
Esto no tiene que tener una connotación negativa, en tanto existe la libertad
de los sujetos de escoger la profesión a la que deciden dedicarse; sin embargo,
impacta en el sueldo promedio de ambos sexos, siendo el de la mujer,
considerablemente menor, a pesar de muchas veces tener las mismas
responsabilidades que los hombres.
A pesar de la tendencia de los últimos años a la reducción de
la brecha salarial en el mundo, se ha demostrado que siguen existiendo
diferencias sustanciales. La mujer no solo se ve perjudicada por su aprendizaje
social en relación a su género, sino que ve limitado su desarrollo profesional
puesto que es visto como desventaja el tener hijos y la dedicación a la
maternidad (además de solo vincular estos aspectos a la mujer, a pesar que el
hombre cada vez más participa de estas esferas).
En
el caso de Chile, la diferencia de salario es tal que dependiendo del puesto de
trabajo, la brecha puede ser superior al 20%. Según un estudio realizado en el
año 2015 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), las mujeres tienen un
sueldo promedio de 354 mil pesos, mientras que los hombres ganan 531 mil pesos
promedio. Parte de esta desigualdad de salario se debe a los estereotipos
establecidos por la sociedad, pues desde pequeñas a las niñas se les fomentan las
habilidades blandas y a los niños las duras.
Paula
Poblete, directora de ComunidadMujer señala que al egresar de enseñanza media,
solo un 15% de las mujeres que deciden continuar educándose eligen carreras con
tecnología, como lo son ingenierías, electrónica, informática, construcción y
similares, que son las más valoradas, mejor pagadas y, a diferencia de ellas,
un 52% de los hombres sigue ese camino. Sin hacer un juicio sobre la
importancia de un área sobre la otra, llama la atención que históricamente las
mujeres decidan dedicarse a ciertas profesiones y los hombres a otra (Paula Poblete, 2015) .
Las diferencias de salario entre géneros no es un problema solo
económico, sino cultural y social, pues como plantea María Elena Valenzuela,
“los estudios muestran que el costo salarial no es mayor a la hora de contratar
a una mujer que a un hombre, sin embargo, está ese prejuicio. El problema
además es que hay una mayor concentración de mujeres en ocupaciones
universitarias que tienen menores salarios, pero eso tiene una raíz cultural
porque son ocupaciones que reproducen roles reproductivos como enseñar, que son
menos valoradas. No es un tema que sean menos productivas, sino que menos
apreciadas” (María Elena Valenzuela, 2015) .
Hay
que entender además que estas diferencias no surgen naturalmente, sino que son
construidas. El género se podría explicar cómo una construcción social y cultural
sobre los sexos. Lo social apunta a las relaciones sociales de género, a la división
del trabajo y actividades; y lo cultural se refiere a las representaciones de
lo femenino o masculino, estereotipos, idealizaciones, entre otros.
Pierre
Bourdieu utiliza el concepto de “violencia simbólica” y la define como “aquella
violencia invisible para las víctimas, que es ejercida en nombre de un
principio simbólico conocido y que es admitido tanto por el dominador como por
el dominado” (Bordieu, 2006) . En ese sentido, el
tema de la diferencia entre géneros no se relaciona con un dominio explícito
del hombre sobre la mujer, sino que al ser parte de la realidad cultural en la
que uno aprende y se desarrolla, refiere a formas de pensar y actuar que ambos,
mujeres y hombres, van reproduciendo en su entorno y en la crianza de sus hijos.
Es por ello que al ser parte de la cultura, la dominación se vive como una
violencia simbólica que afecta a todos, y por lo que las diferencias salariales
entre hombre y mujer se vuelven aún más graves, en tanto muchos sectores de la
sociedad lo han naturalizado al punto de no criticarlo, o aún peor, no verlo.
Como
plantea Bordieu:
“la mejor demostración de las incertidumbres del estatuto que
se concede a las mujeres en el mercado del trabajo es, sin duda, el hecho de
que siempre están peor pagadas que los hombres, en igualdad de circunstancias,
y que consiguen unos puestos menos elevados con títulos idénticos, y, sobre
todo, que están más afectadas, proporcionalmente, por el paro y la precariedad
del empleo, además de frecuentemente relegadas a unos empleos a tiempo parcial,
lo que tiene el efecto, entre otras cosas, de excluirlas casi infaliblemente de
los juegos de poder y de las perspectivas de ascenso” (Bourdieu, La dominación masculina., 2000) .
Así, buscar la igualdad salarial entre hombres y mujeres
implica necesariamente, impulsar transformaciones del orden de lo económico, lo
laboral, lo social y lo cultural. Y en esa línea, es una responsabilidad
compartida por todos los actores de la sociedad, en tanto hombres como mujeres
son partícipes de vivir la desigualdad, y reproducirla. Como se indica:
“Solo
la acción decidida de los gobiernos y de las sociedades puede revertir la
desigualdad social y la desigualdad de género, ambos fenómenos estructurales y
persistentes en la región. Dejada a su libre albedrío, tales inequidades
tienden más a perpetuarse en el tiempo que a disolverse” (Mujer S. C., 1998) .
En
esa línea, las políticas públicas deberían incorporar medidas de acción para
remediar dichos desbalances e impulsar estrategias de intervención con el
objetivo de que las empresas corrijan los orígenes de la discriminación, que
son un atentado contra los derechos humanos de las mujeres. A pesar de esto,
los cambios en la cultura y las relaciones de dominación han avanzado muy poco,
persistiendo las desigualdades entre hombres y mujeres no solo en el ámbito del
trabajo, sino que también en ámbitos de la vida nacional.
Es
muy importante reconocer que la independencia económica de las mujeres es un
aspecto fundamental en el combate de la discriminación y la desigualdad de sexo
en el trabajo, pero a pesar de esto, la mujer sigue estando estratificada en su
rol de “buena dueña de casa, buena esposa, buena madre, etcétera”, siendo
sometidas a una “doble jornada”, en la que una es remunerada y la otra no, pues no solo cargan con discriminaciones en el
ámbito del mercado del trabajo, sino que además son las que suelen hacerse
cargo de las tareas domésticas, el cuidado y la crianza de los niños, en mucho
mayor medida que los hombres.
Aún quedan muchos desafíos en materia legislativa para
avanzar hacia una verdadera equidad de género, por tanto es necesario
desarrollar políticas públicas para concientizar a la población y lograr un
verdadero cambio cultural. Solo así estaremos encaminados a transformar nuestra
sociedad en una justa.
Referencias
Bordieu, P. (2006). IGUALDAD Y EQUIDAD DE GÉNERO:
aproximación teórico conceptual.
Bourdieu, P. (2000). La
dominación masculina. Barcelona: anagrama.
ComunidadMujer. (2 de
marzo de 2015). Brecha Salarial. pág. 1.
María Elena Valenzuela,
e. e. (2 de marzo de 2015). Brecha salarial.
C.C.O.O Mujer, S. C.
(abril de 1998). Memorandum sobre igual retribución para un trabajo de
igual valor. Madrid, España.
Paula Poblete, d. d. (2
de marzo de 2015). Brecha salarial.
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