Por Débora Miranda Leiva.
Una persona mira el
cielo por la noche y, sin saber por qué, siente tristeza o, quizás, nostalgia
por algo. Creer que existe algo más allá de nosotros, de las estrellas, nos da
la esperanza de que no estamos solos en el universo. Pero ¿por qué aparece este
sentimiento de inquietud? ¿por qué necesitamos pensar en alguien externo a nosotros,
pero que, a la vez, está más cerca que nunca de nuestra vida?
En un principio,
el hombre buscó por muchas fuentes la razón de nuestra existencia, el origen
del cosmos y sus múltiples misterios, y así surgieron las interrogantes del
mundo, las cuales fueron contestadas a partir de respuestas mitológicas que
envolvían sucesos divinos y sobrenaturales. Pero cuando estos sucesos no
pudieron seguir respondiendo a las interrogantes de los hombres, comenzó el
inicio de un nuevo pensar, donde la razón se convirtió en la base del
conocimiento humano. Sin embargo, a pesar de que el hombre, como ente inteligente,
había empezado a buscar respuestas de forma lógica, los problemas seguían
surgiendo y la aplicación de respuestas místicas siguieron siendo usadas por
muchos pensadores.
Así nació la
filosofía, como un deseo de investigar más allá de lo dicho, de lo
universalmente aceptado. Un deseo profundo de llegar a la verdad. Es el aceptar
un cambio de ideas y visiones para abrir paso a otras nuevas y reflexionar
sobre ellas.
Una de las formas
de reflexionar sobre el conocimiento es el ensayo filosófico. La importancia de
este tipo de ensayo, la cual lo diferencia de los demás, es proponer argumentos
que sustenten la tesis planteada. Estos argumentos son mucho más elaborados que
afirmar o citar el pensamiento de un filósofo o resumir lo que han dicho otros;
tienen que reflejar una actitud crítica o reflexiva en cuanto al tema que se
está estudiando. Su finalidad no es responder la tesis o la pregunta que se
postula, sino, sacar conclusiones apropiadas de todo lo abarcado para poder
llegar a un conocimiento cercano a la verdad.
En esta instancia
se abarcará un tema que muchas personas se han preguntado a lo largo de la
historia de la humanidad y en estos tiempos contemporáneos no es la excepción
el preguntarse estas interrogantes. ¿Es posible tener una vida con sentido? Y
si es así ¿cuál es el sentido de nuestra existencia? Para poder contextualizar
estas preguntas, se tomará como referencia la novela “Pedro Páramo” del
escritor mexicano Juan Rulfo, ya que este escrito muestra una forma de ver la
vida muy diferente y, a la vez, cercana a la realidad; donde los arquetipos son
una costumbre y creencia arraigadas a la vida de las personas y que, sin estos,
la gente andaría perdida sin encontrarle rumbo a su existencia.
Uno de los temas
que más se puede apreciar dentro de la historia de la novela de Rulfo es la
creencia de sus personajes sobre la inmortalidad del alma. Estos creían que llevando
una buena vida, sin pecado y llena de fe, se ganarían el cielo. Que siendo
buenos tendrían salvación.
Así lo expresó el
padre Rentería: “...He traicionado a aquellos que me quieren y que me han dado
su fe y me buscan para que yo interceda por ellos para con Dios. Pero ¿qué han
logrado con su fe? ¿La ganancia del cielo? ¿O la purificación de sus almas? Y
para qué purifican su alma si en el último momento…” (pág. 25).
Todo el pueblo de
Comala moría en pecado y por esa razón no podían alcanzar la salvación, por lo
que se quedaban en la tierra, buscando personas que pudieran rezar por ellos
para así alcanzar la gloria de Dios y salvarse de vivir un castigo eterno como
pago de sus faltas.
Esta doctrina fue
abalada por Platón muchos siglos atrás. Él estaba firmemente convencido de que
“el alma sobrevive a su encarnación actual para ser debidamente recompensada o
castigada” en el más allá según la vida que haya llevado la persona en la
Tierra.
Las ánimas de los
habitantes de Comala pudieron haber tenido una oportunidad para la salvación si
alguien hubiera intercedido por ellas. El problema era que ya nadie rezaba por
las almas en pena y la única persona que podía darles una penitencia por el
perdón de sus pecados se convirtió en un ser corrupto que se vendió para
conseguir favores. El padre Rentería.
A pesar de que la
muerte es algo inevitable para nosotros, porque es el producto del pecado que
heredamos de Adán y Eva, no podemos concebirla en su plenitud. El ser humano
tiene arraigado en su corazón la esperanza de vivir por siempre, y aunque
quiera morir, espera que en su próxima vida le vaya mejor y no sufrir tanto.
La inmortalidad del
alma es una creencia que le da a la humanidad el consuelo de que después de la
muerte podemos encontrar algo mejor y el perdón de nuestros pecados o el temor
de vivir en una condena eterna. Pero ¿qué pasaría si en verdad no existe esa
concepción de la siguiente vida más allá de la muerte? El hombre tiende a
tomarle sentido a la vida cuando existe una segunda oportunidad, mas ¿si no
existe aquella? ¿Qué ocurriría? Muchos dirían que, entonces, no vale la pena
vivir, pero hay que recordar que:
“Se nos oprime de toda manera, mas no se nos
aprieta de tal modo que no podamos movernos; nos hallamos perplejos, pero no
absolutamente sin salida” (2 Corintios 4:8, Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras).
Eso significa que
hay otra esperanza de conseguir la salvación, hay otra forma de vivir para
siempre sin el temor de ser atormentado de nuestros pecados. Pero ¿Cuál es esa
esperanza?
Referencias:
- Revista SciELO. Pulgar,
R. María Zambrano y el sentido religioso
de la existencia. (2015). Recuperado de http://www.scielo.com
- Revista SciELO.
Sánchez, A. El sentido de la vida.
(2005). Recuperado de http://www.scielo.com
- Rulfo, J. (1955).
Pedro Páramo. Editorial: Planeta.
- Traducción
del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Watchtower Bible Tract Society of New
York, Inc. Brooklyn, New York, U.S.A.
- Wikipedia: la
enciclopedia libre. Wikimedia Foundation, Inc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario