martes, 27 de junio de 2017

Dictadura, identidad chilena y su relación con el vidente de Peña Blanca

Introducción
Hace poco menos de treinta años, en un cerro de las afueras de Valparaíso, que para ese entonces se llama “El Membrillar”, aunque luego pasaría a llamarse Montecarmelo. Karole Romanov[1] o, Miguel Ángel Poblete o Michelangelo, como se llamaba antes de su cambio de sexo en 2002, miraba el sol, con los brazos en alto y vestido con una camisa rojiza, de cuadros y con líneas amarillentas. A su alrededor una multitud de señoras, jóvenes y otras no tanto. Sudando en el alcor hijo de Kinich Kakmó[2], donde no hay sino espinos y litres secos, un suelo polvoriento y ajado, un hedor a angustia y cansancio, que entra por las narices de los que concurriesen devotos cada domingo a escuchar como el joven vocifera, estrepitoso, lo que la señora de blanco le dice.  
Miguel Ángel, el vidente de Peña blanca; de rodillas, con las corneas adoloridas tanto mirar el sol, con los abrazos cansado y un público expectante, grita, sin previa o sin mucha cavilación: ¡la virgen dice que en la tierra está la salvación, si se quieren salvar deben comer tierra! ¡Coman tierra! Acto seguido, todos en su grey se lanzan de cabeza a la salvación, en una escena que emula a la perfección a los rinocerontes del Masai Mara que se revuelvan el lodo para evitar las picaduras de insectos.
Esta escena y sus polémicos protagonistas son una fiel encarnación de la sistemática alienación que vivió la identidad chilena durante la dictadura. El vidente de Peña Blanca o Villa Alemana, fue un engranaje clave en este proceso. Contribuyó, no solo en distraer la opinión pública, sino que demostró empíricamente los resultados de años de represión, censura y violenta, un resultado que se manifiesta en la dimensión del miedo y la esperanza.
Para 1983, en Valparaíso y en todo Chile, los ánimos no eran de lo mejor. Se cumplirían diez años de aquel fatídico 11 de septiembre de 1973. Los sentimientos de incertidumbre y el descontento social, se encontraban a vuelta de la esquina y bajo las rocas; más aún, en una ciudad que históricamente se destacaría por revueltas populares y desordenes subversivos.
En los núcleos de las diferentes organizaciones de trabajadores, estudiantes o sindicatos de Valparaíso, se había comenzado a juntar una energía cósmica, que debía ser canalizada por algún medio. Se hacía cada vez más necesaria una forma de manifestación social.
 Las manifestaciones ciudadanas tenia tímidas apariciones, fogatas durante las noches o rayados en las paredes; sin embargo, la CUT, gracias a una precaria red de comunicaciones hecha a base panfletos clandestinos, construida a espaldas del monopolio estatal que ejercía el régimen sobre los medios, había, en poco tiempo, logrados hacer una convocatoria, para las que fuesen llamas las jornadas de protesta. La quinta jornada de protesta tuvo lugar entre el 8 y el 11 de septiembre de 1983, fue esta la última de gran convocatoria. El 29 de septiembre del mismo año, el vidente hizo su primera aparición, con cerca de 100.000 asistentes.
El chileno de ese entonces vivía en la dimensión del miedo y la incertidumbre. Si bien es innegable la existencia de organizaciones subversivas, es también irrefutable la idea de que gran parte de la población había sido víctima de una suerte de técnica Ludovico[3], en que las imágenes eran realidades directas y la principal droga, la era de los estelares.  
Un signo que permite evidenciar este proceso pulverizador es la manifestación del discurso del no saber,
“las afirmaciones se construyen a través de afirmaciones en tercera persona, donde todo lo que se afirma son opiniones que “otros” tienen, mientras que la primera persona solo se ocupa a la hora de afirmar la falta de interés o ignorancia con respecto a estos temas” (Dawson,  2006, pag 46)[4]
, este fenómeno, como tantos, son producto del miedo y la desconfianza, se debía ocular el real pensamiento o el real conocimiento de un tema, finalmente el ocultar conocimiento se transformó en olvido.
Este proceso de condicionamiento llevó a la metamorfosis total de la identidad chilena, es decir, fue un proceso destructivo y luego seudo-constructivo. En este sentido, podemos decir que el chileno de ese entonces se encontraba en un limbo identitario y, tal como sucede con los adolescentes y las  tribus urbanas, buscó un lugar donde refugiarse. La identidad fue destruida y el proceso que se estaba llevando a cabo era el de inducir una nueva.
De pronto, situaciones extremas que parecían imposibles hacen parte de la normalidad de la vida cotidiana. La ruptura es vivida como "algo" indecible, finalmente inexplicable. Representa un trauma social. Dicha experiencia traumática prosigue luego bajo el régimen militar, recordado como un largo período de miedo y polarización. "Estado de sitio" y "toque de queda", allanamientos y detenciones, cortes de luz y censura informativa, condicionan los nuevos hábitos de los chilenos. Se genera una "cultura del miedo" cuyos efectos disciplinarios perduran hasta el día de hoy (Corradi et al 1992, Lechner, 1998).” (Norbert Lechner y Pedro Güell,1998, pag 9)
Es en esta “cultura del miedo” donde el vidente juega un papel primordial, en el sentido que aporta un refugio desde el cual la gente podía reconstruirse; de este modo, este reducto va a determinar fuertemente la identidad de quienes fuesen seguidores de este médium. Además, va a demostrar que el nuevo chileno, emergente de la dimensión (de la cultura) del miedo, es fácilmente manipulable. Bajo esta premisa, se pueden ver cómo en varias ocasiones buscó condicionar en las personas una mirada positiva al régimen. En reiteradas eventualidades, enuncio cosas como: “daos gracias a vuestros gobernantes”.
            Esta última, es, quizás, una de las técnicas de manipulación más efectiva. En un pueblo donde el miedo y la incertidumbre están a la vuelta de la esquina, viene un predicador, de personalidad histriónica, y le ofrece, primero que todo una esperanza, una figura de tranquilizadora confianza  y un ídolo o dos, la virgen y el mismo, luego usa la fuerza que este ídolo, incuestionable, ejerce sobre una población atemorizada, para alzar nuevos ídolos. Tal como en “el matadero” de Echeverría  los predicadores enuncian “el dios federal”, Miguel a Ángel enuncia a la virgen de la dictadura, esa protectora que proclama paz bajo el orden militar.
Conclusión
El vidente dejó en evidencia la efectividad de este proceso destructivo, en cuanto a que demostró como el miedo es capaz de trasformar completamente la identidad de un pueblo, de una comunidad que había sido parte de procesos de cambio, tal vez revolucionarios, una población que tenía una consciencia de clase, que aspiraba a la igualdad y la justicia, llevándola a un punto tal de sumisión que bastó que alguien les diera una leve esperanza, un dejo de casi imperceptible de seguridad o confianza, para que se arrodillaran frente a él, para que comieran tierra por él y su salvación.
Bibliografía

Norbert Lechner y Pedro Güell .(1998). Construcción social de las memorias de la transición chilena
Valeska Naranjo Dawson.(2006).Representaciones sociales sobre golpe militar y dictadura. 






[1] El Vidente extrae este nombre de la tradición rusa, asegurando ser descendiente de los Zares
[2] Dios propio del panteón Maya, se le asocia con el sol, el fuego y la purificación de los sacrificios.
[3] Terapia psicológica ficticia utilizada en “la naranja mecánica”. Consiste en exponer al paciente a una secuencia de imágenes violentas durante largos periodos tiempo.

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