miércoles, 6 de julio de 2016

¿Tiene real importancia la pregunta acerca de los fundamentos de la matemática?










¿Tiene real importancia la pregunta acerca de los fundamentos de la matemática?



Por Juan A. González G.


Estudiante de Ingeniería Matemática.


 


A partir de la segunda mitad del siglo XIX, surgieron varios resultados provenientes del análisis matemático que contradecían a la intuición geométrica, estos resultados motivaron a los matemáticos de ese entonces a reflexionar si la ciencia que estudiaban poseía fundamentos lo suficientemente sólidos como para confiar en lo que de ella se deducía.  La experiencia práctica acerca de los resultados matemáticos aplicados a otras áreas del quehacer humano respalda la certeza de esta ciencia, y hace dudar si en realidad es tan importante el preguntarse acerca la corrección de la matemática o,  si por el contrario, esto es un mero juego de abstracciones y disquisiciones filosóficas que en nada afectan al desarrollo de la ciencia aplicada.  Por otra parte, un desarrollo vertiginoso de la matemática a partir de estas preguntas durante el siglo XX provoca una revolución no sólo en la filosofía y en la matemática misma, si no en disciplinas totalmente aplicadas al desarrollo de la tecnología, como lo son la electrónica digital y la informática; esto lleva a cuestionarnos si la investigación fecunda de esta área del conocimiento es o no provechosa para fines prácticos, a pesar de parecer  una lucha, no diría perdida, si no, una que quizás no valga la pena pelear.


 


Corría el siglo XIX y eminentes matemáticos creían en la conjetura de que una función continua (intuitivamente, una función cuyo gráfico puede ser dibujado de un solo trazo, sin levantar el lápiz del papel. Ver figuras 1 y 2) debía ser diferenciable (intuitivamente, una función cuyo gráfico es lo suficientemente “suave” como para trazar una recta tangente a éste de manera única. Ver figuras 3 y 4) excepto quizás en aislados puntos de su dominio.





Figuras 1 y 2: Función continua y función discontinua en x=x1


 


 





 


Figuras 3 y 4: Función continua diferenciable en x=a, y función continua no diferenciable en x=0.


 


 


Hacia 1872 Karl Weierstrass inventa un ejemplo de función continua no diferenciable en ningún punto, tirando por la borda el “sentido común” dictado por la intuición geométrica.  Unos años después, en 1890 Giuseppe Peano logra inventar una curva que llena un cuadrado, es decir, una función continua que “tuerce” un intervalo o trazo (objeto de una sola dimensión) de manera tan intrincada, que logra pasar por todos los puntos de un cuadrado (objeto de dos dimensiones), otro golpe a la intuición geométrica.


Estos dos ejemplos no son los únicos: en 1874 Georg Cantor, demuestra que el conjunto de los números naturales tiene la misma cantidad de elementos que conjunto de todos los números algebraicos, aquellos que son raíz de un polinomio con coeficientes enteros (Notar que todos los números racionales y todas las raíces cuadradas, cúbicas, etc. son ejemplos de números algebraicos), el mismo año Cantor demuestra que cualquier intervalo de números reales es más numeroso que el conjunto de los números naturales, y va más allá: en 1878 Cantor logra demostrar que el conjunto de puntos contenidos en cualquier segmento de recta es equinumeroso con el conjunto de puntos contenido en cualquier cuadrado, cubo, o en general, en cualquier hipercubo de n dimensiones con n cualquier número natural. Esto contribuyó a agravar la llamada crisis de la intuición matemática en el último tercio del siglo XIX.  Por una parte, los hallazgos de Cantor muestran que hay dos clases de infinito: el infinito numerable de los números naturales (y de los enteros, racionales y algebraicos) y el infinito mayor de los números reales (o de cualquier segmento de recta) también llamado el continuo.  Por otra parte, la cantidad de dimensiones del continuo, sean 1, 2, 3, etc. no afecta al número de elementos de éste (todas tienen el mismo número de elementos que los reales).  Más aún, con su investigación sobre los números ordinales y cardinales, Cantor lleva el concepto de infinito al nivel de una cantidad numérica definida, con la cual se pueden realizar operaciones aritméticas, lo que va totalmente en contra de la acepción de infinito que se usaba hasta ese entonces en matemática: el infinito era un potencial inalcanzable (“lo infinitamente grande o infinitamente pequeño”), nunca una cantidad bien definida, y de hecho, Cantor va aún más allá, y a partir de su teorema que enuncia que el conjunto potencia de un conjunto dado tiene estrictamente más elementos que éste, muestra que hay una cantidad infinita de infinitos cada cual mayor que el anterior.


Para lograr estas proezas Cantor se vale de una incipiente rama de la matemática para ese entonces que hoy llamamos teoría de conjuntos, ésta parecía ser la respuesta a la crisis de la intuición, con la cual se lograría fundamentar toda la matemática (incluyendo la geometría) a través de las propiedades de los números  mismos, renunciando así a la fallida intuición geométrica.


Esto en realidad no sería tan sencillo: antes del 1900, ya se habían hecho intentos por formalizar la aritmética a través de la lógica (disciplina filosófica fundada por Aristóteles, y llevada a la matemática por George Boole en trabajos de 1847 y 1854), armados de la nueva teoría de conjuntos. Primero Gottlob Frege (1884),  quien con su trabajo dio origen a lo que hoy conocemos como lógica matemática, luego Richard Dedekind en 1888 (creador del primer modelo de los números reales como conjuntos de racionales, las así llamadas “cortaduras de Dedekind”), y también Giuseppe Peano (1889) realizan sendos intentos de axiomatizar la aritmética a través de la lógica, usando como herramienta la reciente y controvertida teoría de conjuntos que ya comenzaba a tener entre sus detractores a grandes matemáticos de la época, primero Kronecker y Poincaré hacen notar sus objeciones respecto a esta nueva matemática, luego les seguirían Brower y Weyl, y ya entrado el siglo XX influyentes filósofos tales como Wittgenstein y Lorenzen también harían sus reparos en cuanto a este intento de fundamentar la matemática[1].  Para agravar más la situación del conjuntismo, uno de sus defensores, el filósofo Bertrand Russell, en 1901 encuentra una grieta en la formidable construcción de Frege, que se apoyaba en el concepto de conjunto introducido por Cantor, de hecho, Russell deja en evidencia que el concepto de conjunto lleva a situaciones contradictorias o paradójicas si se acepta así sin más.  Para Cantor (y todos quienes en aquella época usaban el concepto de conjunto en matemática), conjunto era la colección de elementos que cumplían una cierta propiedad, por ejemplo el conjunto de los números pares o el de las butacas de un teatro, es decir un conjunto era la extensión de un concepto o idea.  Russell, por su parte, crea el conjunto , el conjunto de todos los conjuntos que no pertenecen a sí mismos. La pregunta que se hizo Russell es  , no es difícil darse cuenta que al tratar de responder esta pregunta llagamos a la así llamada paradoja de Russell:  si, y sólo si  (si  pertenece a sí mismo debe cumplir con la propiedad de no pertenecer a sí mismo y vice-versa).


Llegado a este punto, parecía ser que los detractores del conjuntismo habían ganado la batalla y, peor aún, no había solución a la crisis de la intuición, el mismo Russell junto al matemático Alfred Whitehead se embarcan en la titánica tarea de fundamentar la matemática (esta vez sin contradicciones) creando la teoría de los tipos lógicos en su monumental obra Principia Mathematica, compendio de tres libros publicados entre 1910 y 1913. Otro intento por deshacerse  de las paradojas (sin tanto aparataje como los principia) es la teoría axiomática de conjuntos de Ernst Zermelo. Pero todavía quedaba la cuestión de si estas teorías eran consistentes o podían llevar a contradicciones tales como la paradoja de Russell.


Hacia 1920 David Hilbert se embarca en un nuevo programa de fundamentación de las matemáticas que asegurara la consistencia de los axiomas de la aritmética.  Este fin era de vital importancia para todo el edificio matemático ya que la consistencia de otras teorías matemáticas descansarían en la no posibilidad de contradicción de la aritmética, me explico: Lobachevsky, por ejemplo, había probado que su geometría no euclidiana no podía llevar a contradicciones a menos que la geometría euclidiana lo hiciera. El mismo Hilbert había probado (1899) que su axiomatización de la geometría euclidiana no era inconsistente a menos que la teoría de los números reales lo fuera; dado que la representación de los reales se basaba en conjuntos de racionales, y éstos a su vez en conjuntos de enteros, que a su vez se representaban por conjuntos de naturales, las pruebas de consistencia de la matemática se basarían en la prueba de consistencia de la aritmética.


Al parecer Hilbert subestimó la tarea, ya que, las investigaciones de Kurt Gödel (1930) mostrarían que no es posible demostrar la consistencia de la aritmética (a partir de la axiomatización de la aritmética misma). A pesar de que el programa de Hilbert parecía destinado al fracaso, en 1935 y 1938 Gerhard Gentzen publica sus pruebas de consistencia de la aritmética, pero para esto hubo que cambiar la “reglas del juego” y aceptar técnicas que hasta ese momento estaban prohibidas; en resumidas cuentas, Gentzen tuvo que salirse de la aritmética misma para poder probar su consistencia a través de una teoría mucho mayor usando métodos transfinitos que habían sido evitados hasta el momento por “salirse de la intuición de la experiencia física humana”.


Llegado a este punto es lícito el preguntarse ¿por qué gastar tantos esfuerzos en demostrar que la matemática es consistente si esta funciona? o también ¿qué gana la ciencia y el desarrollo de la tecnología con esta búsqueda? ¿No sería mejor usar todos estos esfuerzos en algo que tenga una aplicación práctica?


Es indudable que todos estos esfuerzos hechos por grandes matemáticos casi se salen de la matemática misma para entrar en la rama de la filosofía conocida como lógica, en efecto, mucha de la matemática creada para tales fines se podría llamar metamatemática.  No obstante, los progresos realizados por estos científicos llevaron el pensamiento matemático más allá de lo que nadie había logrado hasta entonces, también se desarrollaron nuevas ramas de la matemática como la lógica matemática y la teoría de conjuntos, y de la metamatemática como la teoría de la prueba.  Además de lo anteriormente mencionado, los progresos debidos a este esfuerzo combinado de tantos científicos llevaron a adelantos tecnológicos como la  electrónica digital (compuertas lógicas), y al desarrollo de la informática (máquinas de Touring), asimismo, el posterior desarrollo de la lógica llevó a adelantos en  ciencias de la computación (manejo de bases de datos inconsistentes), y también a tecnologías tan cotidianas como la lógica difusa usada en las lavadoras automáticas de muchos hogares.


Creo que el esfuerzo por fundamentar la matemática, desde Dedekind, Cantor, Frege y Peano, pasando por Russell y Whitehead, Zermelo, Hilbert, Gödel y por tantos otros como Von Neumann, Touring, Tarski, Cohen y muchos más, nos muestra que el investigar ciertas áreas del conocimiento consideradas como no aplicadas, en realidad es de suma importancia, y en último término, casi con seguridad nos llevará a nuevas aplicaciones prácticas, insospechadas al momento de emprender esta tarea, a pesar de la desconfianza de los más pragmáticos.


 


Bibliografía.








[1] Para explicar a grandes rasgos las objeciones de estos matemáticos y filósofos diré que ellos adoptan una posición que podríamos llamar constructivista, es decir, para aceptar que un objeto existe, hay que exhibirlo, o por lo menos dar un método para construirlo, en oposición a quienes aceptan que un objeto existe sólo por el hecho que se ha demostrado que no puede no existir.


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