La manipulación genética nace junto con la biotecnología moderna. Mendel, sin saberlo, estaba modificando la genética de las arvejas en su ya clásico experimento donde descubrió la herencia de características particulares a lo largo de la progenie.
Hoy en día el modificar alimentos no es un proceso rústico. Los avances en la ciencia y tecnología han permitido insertar genes ajenos a los organismos en un proceso relativamente sencillo. Es así, como por ejemplo, se han insertado genes de microorganismos a vegetales para aportarle características plaguicidas a los cultivos.
Al iniciarse las investigaciones de alimentos transgénicos, se buscaba resaltar ciertas características de los alimentos, crear resistencias a plaguicidas, herbicidas o plagas, añadir nutrientes que el alimento nativo no tuviera, aumentar las producciones y rendimientos, generar resistencia a condiciones ambientales desfavorables o alargar la vida útil del producto. Estas investigaciones prometían acabar con la hambruna y generar mejores condiciones económicas en los agricultores.
Esto ha generado gran controversia entre grupos ambientalistas, religiosos, y también científicos. Por un lado los grupos ambientalistas tienen centrada su mirada en como estos transgénicos afectan el ambiente. Si los insectos que son considerados plagas son eliminados, produce un efecto en la cadena trófica ascendente y consecuentemente al medio ambiente. Los grupos religiosos, por otro lado, creen que el elaborar transgénicos es jugar a ser dios, y por ende se oponen a alterar lo que consideran una “creación divina”. Los científicos que se oponen a los transgénicos, lo hacen desde la perspectiva de que no hay certeza de que sean completamente inocuos, y que por lo tanto, mientras no se demuestre que no producen daño alguno al ambiente o a la salud humana, no se deberían comercializar.
Sin embargo, a pesar de todas las objeciones existentes, los transgénicos se cultivan y consumen masivamente, muchas veces sin saberlo. La rentabilidad del negocio de los alimentos genéticamente modificados, ha llevado a vulnerar las restricciones, y opiniones contrarias, existiendo grandes transnacionales que monopolizan, cada vez con más fuerza, el mercado alimenticio, prácticamente obligando a los agricultores a comprar sus semillas modificadas.
Para que los alimentos transgénicos se conviertan en algo beneficioso, es necesario, como en tantos otros temas, “sociabilizar la ciencia”, es decir, poner los avances científicos al servicio de la sociedad, comprometiéndose a no masificarlos hasta que se compruebe, o alcance, la inocuidad y asegurar que las tecnologías alcanzadas lleguen a todos por igual, y no queden en manos de unos pocos, que, generalmente, buscan lograr beneficiosos económicos sin importar los efectos que causen al ambiente, o a la sociedad.
Eduardo Norambuena
Estudiante Ingeniería en Biotecnología
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